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¿Y si la tecnología diera un paso atrás para que la vida pudiera avanzar?
Ayer, un apagón dejó a muchas zonas de España sin electricidad ni Internet durante horas. Yo fui una de las personas afectadas, y no, no fue precisamente agradable. Pero mientras estaba sentada en una terraza en Barcelona, observando cómo la gente caminaba, conversaba, comía, bebía y jugaba al voleibol o al ping pong en los parques, no pude evitar notar algo: todo se desaceleró.
Las pantallas desaparecieron. Las notificaciones enmudecieron. Y, sin embargo, la vida no se detuvo. De hecho, se sintió más presente, más conectada. De seguro estoy idealizando un poco la situación, pero en la repentina ausencia de interfaces digitales, la ciudad misma se volvió una interfaz: un campo de interacción en el que las personas se notaban entre sí, hablaban con desconocidos, compartían espacios y se entregaban al momento.
No fue simplemente un fallo del sistema. Fue una ventana hacia otra forma de experimentar. Una que refleja el espíritu del Diseño Calmado.
Más allá de las pantallas
El Diseño Calmado invita a diseñadores y diseñadoras a ir más allá de las pantallas. Limitar la interacción a rectángulos brillantes restringe nuestro mundo sensorial y, más aún, secuestra nuestra atención.
Diseñar para la calma no significa rechazar la tecnología, sino expandir la forma en que la usamos. La interacción no tiene por qué depender de toques, deslizamientos o desplazamientos. Puede ser encarnada. Ambiental. Material. Sensorial.
El Diseño Calmado se nutre del arte contemporáneo, la arquitectura y el diseño sensorial. Imagina experiencias que se sienten más que se controlan. Tecnologías que se funden con el entorno y que se retiran silenciosamente cuando no son necesarias.

En este artículo, Mark Weiser plantea que la tecnología debería trabajar con nosotros, no contra nosotros. Propone la idea de una tecnología calmada: tecnología que se integra en el fondo, que asiste sin reclamar constantemente nuestra atención. En lugar de pantallas y notificaciones que nos absorben, Weiser imagina un mundo en el que los dispositivos apoyan nuestras necesidades de forma sutil, facilitando la vida en lugar de volverla más caótica. Su visión cuestiona la idea de que “más interacción” siempre es mejor, y nos invita a diseñar herramientas que respeten nuestro enfoque y nuestro espacio mental.
El problema de lo “inteligente”
Hay una razón por la que hoy tantos productos descritos como “inteligentes”: relojes inteligentes, casas inteligentes, asistentes inteligentes. Pero como advirtió Weiser hace décadas, “ninguna metáfora es más engañosa que «inteligente»”.
Solemos asociar la inteligencia con visibilidad. Con dispositivos que hablan, interrumpen, indican y exigen respuestas. Pero, ¿realmente queremos herramientas que se comporten como humanos hiperactivos?
La verdadera inteligencia —en personas y en máquinas— no implica necesariamente más interacción. A menudo, las herramientas más inteligentes, como las personas, son las más silenciosas. Nos apoyan de manera discreta, anticipan necesidades y nos dejan más espacio para pensar, sentir y simplemente estar.

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Una nueva relación con la IA
A medida que entramos en una era de IA emocionalmente consciente y generativa, nos enfrentamos a una decisión crucial. Las interfaces basadas en voz y los chatbots se están volviendo la norma, pero con frecuencia atraen nuestra atención hacia las máquinas y la alejan del mundo que nos rodea.
¿Qué pasaría si la IA no necesitara performar? ¿Y si fuera más como la luz del sol o como un sonido de fondo: presente y de apoyo, pero no invasiva?
Este es el tipo de cambio que propone el Diseño Calmado: pasar de una IA como asistente o intérprete, a una IA como entorno. Sutil. Ambiental. Integrada sin fisuras.
Imaginemos una IA que no hable a menos que sea necesario, pero que escuche. Que perciba patrones, que nos ayude sin hacerse notar y que se haga a un lado cuando no se la necesita. Una inteligencia que fomente la presencia, no la distracción.
Hacia una inteligencia ambiental
Cuanto más delegamos en sistemas ambientales, más atención podemos dedicar a lo que realmente importa: las personas, la naturaleza y la riqueza del momento presente.
No nos volvemos más inteligentes por ir más rápido o pensar más. Nos volvemos más inteligentes al enraizarnos en el mundo. Al notar más. Sentir más. Ser más.
Si la IA va a ayudarnos, que lo haga en silencio. Que dé forma a nuestro entorno sin dominarlo. Que nos ofrezca espacio para hacer lo que mejor sabemos hacer los humanos: crear sentido, conexión y dicha.
Eso no es una utopía.
Es un encargo de diseño.

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